Precio del coraje

La muerte de Alekséi Navalni no es solo el asesinato más o menos oculto y prolongado de un ser humano, sino la derrota radical de todos los valores democráticos por los que se ha luchado a lo largo de los siglos, ya que pone en el primer plano la evidencia de que hay muchos lugares en el mundo, donde el poder político se rige bajo el principio de que “Todo está permitido” (con tal de conservar el poder).

 

Denunciar la corrupción, desafiar el despotismo ilimitado, luchar por la justicia en todos los niveles en una Rusia que no tolera nada que se oponga mínimamente a la teocracia de Putin -son solo algunas de las prácticas con las que Navalni mostraba su coraje ilimitado, a la vez que se cavaba la tumba. Él lo sabía, como también sabía que es la única manera de aspirar, aunque en un futuro muy lejano, a una sociedad más justa y más vivible para las casi ciento cincuenta millones de personas que habitan Rusia. Para no hablar de la cadena de acontecimientos trágicos que la falta de democracia en suelo ruso ha conllevado para los demás países, sobre todo los más vecinos.

Dicen que Navalni cayó después del paseo matutino en la cárcel y que “los motivos de su muerte aún se desconocen”. El antiguo líder de la oposición murió por llevar defendiendo la libertad durante largos años y hasta su último aliento. Ya Pushkin anunciaba: “¡Quiero cantar la Libertad al mundo entero y en el trono ahogar tanta vileza!” prosiguiendo con sus versos, que le costaron la vida: “Cuando en la fiel mano del indomable ciudadano/ sin vacilar su espada arde y el crimen combate/ incansable con sed sagrada de justicia, con mano firme, insobornable ni por terrores ni avaricia/ … ¡Tiemblen de este mundo los tiranos!” Hoy desfilan ante mis ojos espectros de tantos otros luchadores por la libertad, que a lo largo de la historia despótica rusa pagaron caro por defender la justicia y la dignidad humanas: Pushkin, Florenski, Bábel, Ajmátova, Mandelstam, para citar algunas entre millones de voces. Pero sin ellos, y sin un Navalni, ya hubiera tenido que abandonar toda esperanza de que un día llegarán tiempos mejores. Tiempos en los que, además, se sabrá cómo ha sido, quién ha sido, por qué ha sido, para que, tal vez, un día, el círculo diabólico en Rusia se rompa.